Robert Allen Zimmerman, su nombre real, es un símbolo de la contracultura estadounidense desde comienzos de la década de 1960, cuando su encendido repertorio de cantautor se acomodó en las proclamas de una sociedad que hervía por la Guerra de Vietnam al tiempo que se unía en la lucha por los derechos civiles. En una entrevista grabada por la BBC en 1966, difundida hace muy poco, Bob Dylan había admitido haber sido adicto a la heroína. “Durante un tiempo, estuve muy colgado. Pero muy colgado de verdad. Al final, logré sacarme de encima ese hábito”, confesó Dylan en aquella nota realizada en su avión privado, en la que además detalló que la adicción le costaba “25 dólares por día”. Es uno de los músicos más influyentes de la historia, capaz de usar las letras para expiar sus propios pecados y convertirlos en prosa adictiva, ya sea a modo de pop, rock, country o folk, mientras deja escapar sus lamentos por esa garganta que pudiera parecer rota por momentos pero siempre acariciada por su inseparable armónica.
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